Hay una tendencia cada vez más popular en todo el mundo que puede resultar curiosa: muchas personas que viven en asentamientos informales están rechazando títulos individuales sobre la tierra que ofrecen los gobiernos.
A primera vista, esto puede parecer contradictorio. Sin dudas, la falta de derechos sobre la tierra es el principal problema que enfrentan los residentes de asentamientos informales, y genera un estado constante de incertidumbre y temor a los desalojos.
Por otro lado, los títulos de las tierras nos dan la seguridad de que una casa es nuestra y de que nadie puede quitárnosla, podemos vivir allí el tiempo que queramos e, incluso, dejársela a nuestros hijos. Suena bien, ¿no? Entonces, ¿por qué los residentes se resisten a esto?
Pues bien, la seguridad que ofrecen los títulos de las tierras solo existe en la teoría, al igual que el discurso que se promueve a través de las iniciativas de regularización. La realidad nos muestra que, en muchos casos, en asentamientos informales de todo el mundo, la historia es otra.
La regularización de las tierras puede dejar a las comunidades en una situación de vulnerabilidad ante la especulación y la gentrificación, particularmente en áreas en las que hay grandes posibilidades de obtener beneficios financieros debido a la localización central de asentamientos establecidos hace mucho tiempo. Line Algoed, del Centro de Investigaciones Urbanas Cosmopolis, de Bruselas, y coeditora de “On Common Ground – International Perspectives on the Community Land Trust” (En terreno común: perspectivas internacionales sobre el fideicomiso de la tierra), explica: “Los títulos [individuales] sobre las tierras son solo una herramienta más para empujar a las tierras [comunitarias] […] a un mercado del suelo muy hostil que acabará desplazando a los residentes de menos ingresos”.
Una vez que los residentes adquieren los derechos sobre la tierra, pueden verse presionados a vender sus lotes, a veces en situaciones de acoso, intimidación e, incluso, incendios provocados. La parcelación de los lotes de tierra hace que a las familias les resulte cada vez más difícil permanecer en la región, ya que las comunidades se desmembran, los costos de vida aumentan a medida que los productos y servicios se orientan a los residentes nuevos y más pudientes, y hay menos vecinos a los que recurrir cuando se necesita ayuda en las actividades diarias, como el cuidado de los niños, o cuando es necesario unir fuerzas para luchar por el derecho de permanencia.
Además, la regularización no necesariamente elimina el riesgo de desalojo. Nadie sabe más de esto que Maria da Penha, una residente de la comunidad de Vila Autódromo, en Río de Janeiro, Brasil. De las 700 familias que vivían en el lugar, solo 20 lograron quedarse tras oponerse a los desalojos relacionados con las obras para las Olimpíadas de 2016. “Los títulos no garantizan que nos podamos quedar en nuestras tierras. Yo tenía dos títulos de concesión de uso del Estado, [pero] para poder quedarme, prácticamente tuve que poner en riesgo mi vida”, dice Maria —se refiere a su experiencia como víctima de brutalidad por parte de la policía durante el proceso de desalojo promovido por el estado para liberar las tierras para las obras.
Ante esa situación, los residentes de asentamientos informales y sus aliados empezaron a buscar mecanismos alternativos para garantizar su permanencia en los lugares que consideran su hogar.
Theresa Williamson de Catalytic Communities, una ONG que brinda apoyo a las comunidades de las favelas, explica: “Trabajamos con líderes comunitarios de la favela Vidigal (Río de Janeiro, Brasil), que estaba sufriendo el impacto de la gentrificación a través de la especulación inmobiliaria, para organizar una serie de talleres que ayudan a comprender qué es la gentrificación. […] Cuando debatimos sobre cómo proteger a las comunidades y sobre cuál [era] la mayor protección que los residentes podían obtener, surgió el modelo de los fideicomisos de la tierra [Community Land Trusts en inglés]”.
Un fideicomiso de la tierra es un modelo en el que la propiedad de la tierra y las construcciones que existen sobre esta se separan de manera tal que, básicamente, la casa es de uno, pero la tierra les pertenece a todos. El título sobre la tierra se le confía al fideicomiso sin fines de lucro, que administran de forma democrática los residentes y las partes interesadas correspondientes de la zona. Por lo tanto, se trata de un título colectivo, no individual. Ofrece la ventaja de la posesión de la tierra a perpetuidad, ya que esta queda por fuera del mercado y, efectivamente, no puede volver a venderse.
Como explica Theresa, el modelo de fideicomiso ofrece una respuesta a la principal preocupación de los residentes de asentamientos informales: la capacidad de permanecer en sus casas actuales, en las que invirtieron tiempo y dinero en el transcurso de muchos años. También fomenta la autoorganización entre los residentes para mejorar las actividades y la infraestructura de la comunidad, luchar por los derechos de los ciudadanos y desarrollar estrategias para enfrentar las problemáticas comunes a todos. Por este motivo, las comunidades de Brasil se están organizando de forma activa para crear el primer fideicomiso del país —Fideicomiso en las Favelas—, empezando por las comunidades de Trapicheiros y Esperança.
Además del Fideicomiso en las Favelas, en nuestro último seminario virtual sobre esta problemática también participaron Mariolga Julia Pacheco y José Caraballo del Fideicomiso del Caño Martín Peña, en San Juan, Puerto Rico, y Khalid Hussain y Rabeya Rahman de la Iniciativa Liderada por la Comunidad de los Campos Biharis de Lengua Urdu, en Dhaka, Bangladesh.
El fideicomiso del Caño Martín Peña —que nació a partir del doble desafío de luchar contra la gentrificación y resolver las graves inundaciones que afectaban al asentamiento— es reconocido como un proyecto de referencia, ya que demostró que los fideicomisos de hecho pueden adaptarse con éxito a contextos informales. Ganaron un Premio Mundial del Hábitat en 2015 y compartieron sus experiencias con otras comunidades de todo el hemisferio Sur. Han sido una inspiración para los proyectos de Brasil y Bangladesh. Una de sus fortalezas es la confianza inalienable en el poder de la capacidad de su comunidad para organizarse, para dar forma a su futuro y para obtener los derechos que les pertenecen. A esto se refiere el residente José Caraballo: “Hay que organizarse, porque es la única manera de dejar en claro nuestros derechos”. “Nuestra gente aspira a la dignidad, y es lo que se merece”, explica Mariolga.
En Bangladesh, la ambición es adaptar este enfoque liderado por la comunidad y el modelo de títulos colectivos del fideicomiso a los asentamientos informales en los que vive la comunidad bihari —un grupo minoritario de refugiados en Bangladesh desde la década de 1970. Khalid Hussain es uno de los residentes del campo, el primer abogado en su comunidad, y el fundador de Council of Minorities, que lidera el proyecto. Gracias a las iniciativas de movilizaciones en las que se involucró, por fin los bihari lograron cambiar su estado de refugiados a ciudadanos de Bangladesh. Sin embargo, si bien el hecho de haber obtenido la ciudadanía es una victoria legal, no ha generado mejoras en sus condiciones de vida. Lo que preocupa es que también significa que ya no tienen derecho a permanecer en las tierras en las que se encontraban como refugiados. Por lo tanto, la necesidad de una solución permanente es inminente, y el modelo de fideicomiso podría ser crucial para proteger a los residentes de los campos contra el desalojo. Como dice Rabeya: “Esto ayudará a adquirir y conservar propiedades para el beneficio de las comunidades en el futuro, […] mantendrá a las comunidades unidas y garantizará la disponibilidad de viviendas asequibles. […] Tendrán poder de decisión, lo que también los ayudará a trabajar […] junto al gobierno y a otros profesionales técnicos de manera participativa”.
Khalid compartió su perspectiva: “[El fideicomiso es] un concepto muy nuevo para la comunidad [bihari], y para los especialistas y la comunidad bangladesí [en general]”, pero tiene “mucha esperanza” sobre cómo podrá mejorar los derechos y la calidad de vida, y propiciar el desarrollo de las áreas en las que viven los bihari. “Si tenemos éxito en el marco de este proyecto en [las zonas piloto del] Campo de Geneva y Adam Gee, luego replicaremos el modelo”. En Bangladesh, hay 116 campos bihari.
El optimismo y el entusiasmo de Khalid son contagiosos, y hay buenos motivos para creer los fideicomisos en áreas informales llegaron para quedarse. De hecho, dada la relevancia de la tenencia colectiva de la tierra y la organización de la comunidad para abordar los diversos desafíos que enfrentan los asentamientos informales de todo el mundo, es probable que este tipo de modelo se expanda. Como dice Theresa: “Es asombroso cómo el trabajo del fideicomiso realmente no tiene que ver solamente con comunidades individuales que se organizan de forma colectiva, sino con un movimiento mayor que nos trae una energía colectiva entre vecindarios de todo el mundo”.
Los fideicomisos de la tierra son la llave para abordar muchas necesidades urgentes de los residentes de contextos informales, y les permiten poner sobre la mesa sus habilidades, su valentía, sus sueños y sus aspiraciones. Mediante iniciativas locales y globales, la tenencia colectiva de la tierra realmente puede convertirse en un recurso permanente y transformador para nuestros pueblos y ciudades.
Imagen: Noor Hussain
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