Vivo en el centro de Londres y he estado allí por décadas – justo junto a su corazón, el gran caudaloso Támesis – constantemente cruzo sus puentes, he visto la marea menguante y la corriente de buenas y malas decisiones tomadas sólo a algunos centenares de pies más arriba, en el Parlamento. Recuerdo el Bullring junto a la estación de Waterloo, ahora ocupado por el cine Imax, cuando muchísimas personas sin hogar acampaban afuera – con fogatas encendidas para mantener el calor, titilando en el duro concreto. Recuerdo la terrible vista, la cual pareció ser casi de un día para el otro, de los jóvenes durmiendo afuera – una nueva población que no había visto antes – un resultado de las medidas punitivas de Margaret Thatcher hacia los jóvenes y pobres, privados de su derecho a recibir apoyo y arrojados a las calles – cruel y por supuesto inoportuno, creando un costo mucho más alto para la sociedad de ilusiones perdidas, potencial fracasado y falta de oportunidad para los jóvenes y los más vulnerables.
A través de estas últimas décadas aprendí algo sobre porqué la gente pierde su hogar, una gran proporción estas personas han estado bajo cuidado, enfermos o retirados del servicio. Conocí a muchas personas sin hogar en Big Issue y en Centrepoint y había escuchado tantas historias tristes y por supuesto también los inspiradores ejemplos de supervivencia, los buenos proyectos y políticas, y en mis caminatas cotidianas a otros sitios y nuevos desafíos siempre estuve atenta a quien estaba durmiendo a la intemperie. Compré la revista Big Issue y me aseguré de mirar a la gente en la calle y al menos compartir una sonrisa. También creo que noté demasiado la campaña como para no dar dinero a la gente (hubo una iniciativa de una organización de caridad y el gobierno hace algunos años que recomendaba al público dar dinero directamente a las organizaciones). Vi durante los años 90s y los primeros años de este siglo los impresionantes esfuerzos de una variedad de buenas mejoras – con el gobierno y organizaciones de caridad trabajando juntos – lo cual llevó a una disminución muy impresionante de personas durmiendo en las calles del Reino Unido. Sentí que este era uno de los logros, junto a la derrota del sistema racista de apartheid en Sudáfrica y el acceso a tratamientos para HIV/SIDA, que estaba feliz de ser testigo durante mi vida, cuando tantos esfuerzos que realizamos pueden a veces parecer inalcanzables. Sabía que había personas clave que habían brindado décadas de su vida a esta lucha y que muchos trabajaron muy duro para gestionar una compleja red de personas y programas que mantuvo a tanta gente fuera de las calles para hacer realidad consignas tales como ‘no más de una noche afuera’.
Pero a pesar de todos mis conocimientos privilegiados y mi ubicación clave – nunca sentí que fuera capaz de parar, hablar con la gente y conocer más acerca de ellos.
El año pasado tuve el privilegio de trabajar en una evaluación formativa para la Campaña Europea para Terminar con el Sinhogarismo en las Calles. Estaba complacida de hacer esto, en particular ya que había sido testigo de un horrible regreso a los años ochenta, con un aumento tan rápido en la cantidad de gente en las calles. Aprendí porqué había sucedido esto, en Londres el terrible problema de la falta de disponibilidad de vivienda social, los recortes en los beneficios sociales, el impuesto a la segunda habitación, los recortes en los servicios de salud mental, los recortes a los beneficios sociales para las personas más pobres y más vulnerables, los ataques constantes a aquellos que luchan con problemas de salud y por supuesto los ciudadanos de la UE que no tienen derecho a espacios en los albergues o beneficios sociales cuando pierden un lugar para dormir – sea por enfermedad o por atravesar dificultades.
La Campaña tiene principios clave en su misión de enfrentar el problema del sinhogarismo en las calles y uno de éstos es asegurar que se hable con cada persona en la calle, se la entreviste y se le pida que cuente la historia completa de porqué está en las calles y que responda a preguntas delicadas sobre su historia y salud. Vi a voluntarios hacer esto en la prueba piloto de la Campaña en Westminster y fui testigo de cómo tantas personas querían contar su historia personal a un voluntario amable – sin otra intención que la de ayudar. Durante las últimas semanas mientras que el clima se volvía tan frío, paré y hablé con personas en la calle y me sentí muy privilegiada de que estuvieran dispuestos a compartir conmigo – alguien completamente extraño, quien luego cruzará al puente para ir a mi propia casa cálida, con mi cama y mi puerta que puedo cerrar para protegerme, algunos lujos que otros sólo pueden soñar.
Le pregunté a dos personas con las que hablé si podía compartir sus historias y sueños y ellos estuvieron de acuerdo.
Paré a hablar con Dom en el puente de Waterloo, en un día muy frío, pero eso fue después de haber pasado de largo. No tenía monedas y luego de unos pasos me di cuenta que hay alternativas a las monedas, ¡los billetes! (de los cuales tenía muchos) y que él necesitaba mucho más que yo.
Dom me explicó que era pintor y decorador de oficio y que estaba pidiendo dinero ya que buscaba conseguir una cama en un albergue en Elephant and Castle por la noche. El era de Polonia y había vivido aquí por una docena de años y se había movido de aquí para allá según la disponibilidad de trabajo en los sitios de construcción. Recientemente había tenido una mala racha, alguien robó su teléfono – lo cual fue desastroso ya que tenía sus contactos para encontrar trabajo y también las fotos de su querida familia en Polonia. Luego que lo robaran, él llamó al número y les suplicó que al menos le devuelvan la tarjeta SIM, pero su pedido fue ignorado.
Le pregunté si sabía sobre los servicios ofrecidos durante la Navidad por Crisis pero dijo, ‘No, no quiero ocupar un espacio – hay gente con mayores necesidades que yo – yo no tengo problemas con el alcohol o las drogas’. Tenía la esperanza que haber acumulado lo suficiente para esa cama de albergue para la noche y tenía esperanza de poder encontrar algo de trabajo en el año nuevo. Me contó como se había emocionado por una familia que le había dado una tarjeta de navidad, con algo de dinero, pero dijo ‘no era el dinero lo que era tan importante para mí, era el hecho de que ellos me habían reconocido como un ser humano digno’.
Unos días después, justo cerca del puente Tower Bridge, pasé a una mujer sentada al sol con un carro de supermercado lleno de ropa de cama, ropa, bolsos – una mujer más o menos joven, quizás de 40 años, con una garbosa boina de lana. Ella sonrió cuando le pregunté si quería hablar conmigo y dijo ‘por supuesto’, y me dijo que su nombre era Lady. Me dijo que su sueño era tener sólo una habitación y un trabajo, no quería que la vieran como alguien que necesitaba ayuda especial, sólo quería una vida normal y quería ver un mundo adonde la gente no era robada por empleadores que no pagan adecuadamente, o por aquellos que toman las propiedades de otros – ella perdió algunas de las suyas por causa de ladrones. Me dijo que el sistema financiero también le roba a la gente, pero también habló sobre aquellos que estaban peor que ella. Cuando le pregunté si estaría bien ofrecerle algo a cambio de su tiempo, ella dudó pero sonrió y sugirió que ella podría dárselo a alguien con mayores necesidades. Sonrió nuevamente cuando le dije que probablemente ella sabría mejor que yo cómo conseguir ayuda para aquellos que la necesitan.
Me recordó a otro puente que tuve que cruzar – pasando por el puente Millennium Bridge hace un par de años, en un momento cuando entendía menos sobre las crueles fuerzas que empujan a la gente a las calles. Había visto a un hombre relativamente joven agarrando sus bolsas de plástico, con las manijas hechas jirones, sentado en un banco en el patio de la iglesia de San Pablo, que se veía tan serio y solo, parecía obvio que había estado durmiendo a la intemperie toda la noche. Le pregunté si aceptaría algo de dinero y me miró con sus vívidos ojos azules. Estaba ofendido. Me dijo que había tantos otros en peor situación que él. Me avergoncé porque le había quitado una de sus pocas posesiones que le quedaban – su dignidad. Era de Europa del Este, varado aquí sin un techo pero manteniendo su orgullo. Debería haberme hecho el tiempo para hablarle, para conocer su historia, para haberme conectado con él de manera personal y no simplemente como un ‘beneficiario’. Todos debemos apreciar y respetar a aquellas personas que son lo suficientemente generosas para recibir.
Imágenes: Richard Lewisohn
Lyndall Stein se encuentra trabajando con la World Habitat en la evaluación de la campaña.
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